Me robé la servilleta que usaste cuando tomamos café, te levantaste al baño y fuiste descuidado. Ahí irían tus besos y tus promesas.
Atesoro aún el beso que me diste al despedirte, el sudor que perló tu frente cuando te dije que me iría a vivir contigo y descansaste al decirte que era una broma.
Guardé un suspiro mío al verte partir, una bocanada de aire fugaz y el reflejo de la luna en tu cabello.
Tomé todas estas cosas y las armé en un muñeco, relleno de sueños y anhelos, de imágenes perdidas y de tardes solitarias.
Cada noche acomodo sus ojos de botones robados de tus camisas, lo visto con la camiseta que dejaste al amarme hasta el amanecer en que saliste corriendo, pongo su cabeza sin boca y sin palabras en mi almohada y sueño contigo, con nosotros, con el mañana.
Hoy me llamaste, no has dejado de pensar en mí dices, te da vueltas la cabeza me cuentas, estas mareado, quieres verme. Esta noche, te digo, temprano, te esperaré.
Prendí la chimenea, puse música suave y preparé la cena que te gusta, unas velas estratégicamente colocadas y todo está a punto. El atardecer invernal es precoz, llegarás al mismo tiempo que la oscuridad.
Abrazo tu imagen una última vez, ahora te tengo a ti. No lo necesito y con toda la intención de retenerte para siempre lo arrojo al fuego, su relleno de serrín e ilusiones explota en una sola llamarada haciendo eco al timbre de entrada. Has llegado.
Abro la puerta y en el quicio encuentro un ramo de flores y un montón de cenizas humeantes que me recuerdan que el vudú si funciona. Y funciona muy bien.