martes, febrero 12, 2013

¿bizcocho yo?



  Las panaderías del Centro Histórico son una gran tradición de la  cultura popular urbana. Aquí los bizcochos son los más sabrosos,  hermosos, aromáticos, espectacularmente cachondos. Y forman parte de la  picardía chilanga: ¡Adiós bizcochito! 
    El bizcocho en la mujer califica su sensualidad delineada por las  curvas. Pero, ¿por qué se asocia el bizcocho con la sensualidad de la  mujer? Pues porque son una delicia, un placer. 
   
 Antiguamente, ir a comprar el pan al caer la noche era el pretexto  perfecto para las citas amorosas: ¿Güerita a qué hora sales al pan? Y  todo era cosa de que le dijeran al galán “a las ocho”, porque ya estaba  especulando qué bizcocho comerse: una “concha”, un “beso”, una “novia”,  una “chilindrina”, aunque podría correr el riesgo de que le dieran puro  “birote”. 

    Todo esto comienza cuando Hernán Cortés llega a Tenochtitlan y  viene entre sus soldados un tal Juan Garduño, un negro liberto, el cual  encuentra entre las cosas que cargaban unos granos de trigo. Cortés le  ordena al legendario Juan el Panadero que los siembre y que los granos  de las espigas los muela y haga pan. 

 Los conquistadores españoles andaban ñangos, con una dieta de  maíz, y añoraban su dieta europea a base de trigo. Y qué mejor que el  pan. Cortés siempre fue gandallita, acaparó la producción del trigo, la  venta, y comercialización del pan durante unos siete años, hasta que en  su juicio de residencia le hicieron que soltara el monopolio. Fue  cuando surgieron los primeros vendedores de pan: los panaderos. 

     Y aquí viene la confusión: la gente llama panaderos a los que  hacen el pan pero no, y lo dice con molestia el gran Williams, maestro  de la panadería La Vasconia: los que hacen el pan se llaman tahoneros.  Panaderos son los que venden el pan. ¡Zas! 

    Hacia 1870 surge la primer panadería en el Centro Histórico como  la conocemos actualmente, La Vasconia. Se encuentra en la esquina de  Tacuba y Palma Norte. Como observarán, la panadería va ligada a los  migrantes españoles, quienes como en los baños públicos, los hoteles, las tiendas de abarrotes y las vinaterías, hicieron de estos negocios  su modo de vida, y en muchas familias han formado una tradición por  generaciones. 
    Tradición que se une a la picaresca de nuestra cultura popular  urbana, esto se refleja en los nombres de los bizcochos: ojos de  pancha, piedras, lechuzas, palomas, bigotes, calzones, campechanas,  rejas, marías, huesos, pellizcos, nombres que han dado motivo para  hacer chistes. 

Se cuenta que una mujer con prisa llega a la panadería,  por decir La Pilarica o la del Camino o el Molino o la Palma o la  Ideal, y ahí el típico Venancio atiende el mostrador (han de saber que  la panadería hasta mediados del siglo XX se modernizó con eso del  autoservicio, charolas, tenazas y a escoger el pan, pero hubo una época  en que la gente se paraba en el mostrador e iba pidiendo el pan). "Don  Venancio, me da por favor una concha, una campechana y unos calzones".  Pero la mujer al ver que salían los besos del horno, cambia de opinión  y dice, “Don Venancio, me quita los calzones y me da un beso..." 

 ¡Chispas! Y no se asombre pues los nombres y formas de los bizcochos hacen  una lista de más de mil: genio de la inventiva del arte de la harina y  el huevo. 
      
No por nada, a pesar de la modernización y globalización, las  panaderías existen y de manera espectacular. Basta ver las fachadas de  algunas panaderías del Centro Histórico, como la de El Molino, y  entonces se quedará con el ojo cuadrado. 

Las panaderías arrojan tanta luz desde sus escaparates que son un> oasis en la vida nocturna de la ciudad. Y las calles cobran vida ante  la cantidad de clientes que van por su pan para la cena, y no sólo los  habitantes sino también los extranjeros, a quienes llama mucho la  atención estos panes tan sabrosos. 
     
O díganme a quién no se le antoja una concha para rellenarla con la nata de la leche, u hojaldra con cajeta, o una simple corbata sopeada en un vaso con leche, o una reja en una taza de chocolate, o  una dona de chocolate; eso sí, pocos valientes aceptan que les gustan  “los cuernos”, se hacen de la boca chiquita…  
     
Ir a la panadería en el Centro Histórico es una tradición y un  placer de sibarita, además de un ejercicio de la picardía, así es que a  un bizcocho nunca se le niega una mordida, digo qué tanto es tantitito…