jueves, marzo 11, 2010

LEER ¿en computadora o en papel?

Ana María Machado, con sus más de 100 títulos, es toda una celebridad de la literatura infantil pues sus libros se venden en todo el mundo. Sin embargo, a Lima vino a presentar Palabra de honor (Alfaguara), una novela 'para adultos’ donde reflexiona sobre la ética de nuestros días.
«Prioricé las letras sobre la plástica porque mi madurez me llevó hacia las letras. Tenía veintidós años: escribía y pintaba. Entonces, me di cuenta de que más me interesaba expresarme a través de las palabras que a través de la pintura». Ana María Machado, una exitosísima y gran escritora brasileña —famosa, sobre todo, por sus relatos infantiles—, nos habla de sus dos vocaciones iniciales.

Al escribir, usted piensa en el soporte, ya no en el papel sino en una pantalla?
—No, yo sigo escribiendo igual. En realidad, cuando escribo no me preocupo por la edad y las circunstancias del lector. Tengo libros que escribí hace 30 años y que siguen vendiendo muy bien: uno tiene más de dos millones y medio de ejemplares vendidos. Para mí, escribir no es una cuestión del soporte, es una cuestión de lenguaje. La literatura existe antes de la imprenta, del papel, del libro, del códice, del papiro. La Iliada y La Odisea son previas y nacieron como relatos orales. Hoy, a pesar de sus años, no están en decadencia ni son menos leídas; todo lo contrario: la literatura está viva, está fuerte y, mientras exista un lector, seguirá existiendo. También es cierto que nunca será una forma de comunicación de masas.

¿Es cierto que hoy, por la televisión y la computadora, los niños y los jóvenes no leen mucho?
—No creo que eso sea realmente verdadero. Basta revisar los rankings —llenos de las aventuras de Harry Potter, Crepúsculo y, un poco antes, El señor de los anillos, todos libros juveniles— para darnos cuenta de que no es así. Los que leen menos son los adultos. Además, en la época de la radio y de la televisión, uno podía ser un analfabeto y seguir dentro del sistema; hoy, con las computadoras, es necesario leer. Quizá solo esté pasando que los niños no leen lo que los adultos quieren que lean.

Escribe para niños, jóvenes y adultos. ¿Cómo hace para cambiar de registro?
—Yo solo escribo. Yo soy una única persona que no se desdobla. Sucede que todos somos políglotas en nuestras propias lenguas: hablamos nuestro idioma, pero con registros distintos para situaciones distintas, y lo hacemos con tal naturalidad que sabemos cuándo recurrimos a uno o al otro. Por ejemplo, si uno está con la novia, o en un estadio de fútbol o pidiendo un aumento de sueldo, emplea distintos lenguajes dentro de nuestro propio idioma.

—Pero hay sensibilidades. Tomemos el ejemplo de Vargas Llosa, quien ha escrito básicamente libros para jóvenes y adultos…
—No me parece que solo sea sensibilidad. Hay que tomar en cuenta la inmersión en un contexto cultural. En Brasil es muy frecuente que los grandes autores escriban también para niños: Jorge Amado lo hizo, Nélida Piñón lo hizo… de los contemporáneos, creo que solo Rubem Fonseca no lo ha hecho (ríe). Sería interesante estudiar por qué nos pasa esto a los escritores brasileños. Si Mario Vargas Llosa fuese brasileño y escribiese un libro para niños, nadie se sorprendería.

Ha venido a presentar su novela Palabra de honor, una saga familiar…
Es mi octava novela para adultos y trata sobre la inmigración ibérica hacia Brasil y viceversa. Cuenta la historia de la familia de un niño, José, quien llegó a América en el siglo XIX. Hay un contrapunto entre situaciones del pasado y lo que les pasa en la actualidad a sus descendientes con las migraciones al revés: los latinos buscando hoy un futuro en Europa. Hay una discusión sobre ética, sobre los valores morales de antes y de los que vivimos hoy. La novela está llena, algo muy común en mí, de varias técnicas y géneros narrativos. Hay una historia y, también, reflexión crítica. Para mí, la novela es fondo y forma, no solo forma.

Usted estudió Lingüística en Francia y tuvo como asesor de su tesis a Roland Barthes…
—Fue una gran experiencia. Barthes era, al mismo tiempo, muy exigente y muy flexible. Siempre nos planteaba dudas —lo mejor que dejó en mí— y era muy riguroso y coherente con su pensamiento: ofrecía tanto como exigía. Pero eso sí, se podía discrepar con él. Mi tesis fue sobre Guimaraes Rosa. Él me dijo que era la primera vez que se encontraba con una estudiante de mis condiciones: «Hasta hoy he tenido alumnos que dominaban la jerga y no los conceptos; contigo me encuentro con alguien que conoce los conceptos y rechaza la jerga». Me puso la nota máxima.

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