jueves, agosto 30, 2012

Tantos libros, tan poco tiempo



Detente, respira y escoge. La cortísima vida del lector

Gabriella Campbell el 24 de agosto de 2012 en Actividades, Literatura

Muchos de los que leemos tenemos la costumbre de terminar todos los libros que empezamos, por muy malos, aburridos o densos que sean. Este puede ser un hábito muy positivo: si hubiera abandonado La Regenta en ese primer capítulo descriptivo de Vetusta que se me antojaba insufrible, nunca habría leído una obra magistral que con el tiempo se convirtió en uno de mis libros favoritos. Muchas obras exigen un esfuerzo, y no merecen ser abandonadas a la primera de cambio. Puede ocurrir (y no pocas veces) que la obra que tengamos entre manos mejore de forma espectacular a partir de la segunda mitad del libro, y de habernos rendido nos habríamos perdido horas y horas de disfrute literario. También nos encontramos con libros que nos resultan muy difíciles y lentos, pero que al terminar nos hacen sentirnos recompensados, conforme revaluamos la lectura y descubrimos todo un mundo subterráneo de sentido y belleza que nos ofrece muchísimo más que una obra más rápida y sencilla.
Dicho esto, es importante tener en cuenta que como lectores (y humanos) somos finitos. Tenemos un límite muy real de libros que podemos leer. ¿Cuánto lees al día, y a la semana, y al año? Si eres un lector ávido, tal vez leas un libro por semana. Unos 52 libros al año. Supón que eres un lector joven y saludable, de unos veinte años. Tu esperanza de vida podría ser, siendo muy optimistas, de 70 años más (y eso dando por sentado que con 90 años tu lucidez sea la misma que ahora). Eso significa que en tu vida podrías leer 3640 libros, en el mejor de los casos. Realmente no son tantos. Solo con los considerados “clásicos” podríamos hacer una lista de mil libros (de hecho ya hay algún libro publicado con listas de este tipo, entre ellos el 1001 libros que hay que leer antes de morir editado por Grijalbo). Muchos aficionados a la lectura no llegan al libro por semana, así que imaginaos cómo se reduce la cantidad. En conclusión, tenemos poco tiempo y muchos libros por leer.
A no ser que seas Sarah Weinman, que en 2008 batió su récord personal al leer 462 libros en 12 meses, ni más ni menos. Weinman tiene una habilidad innata que le permite leer a velocidades supersónicas, sin utilizar ningún tipo de técnica (en Lecturalia os hemos hablado del speed reading, pero lo de Weinman es distinto. Asegura que la narrativa, el ritmo y sonido que se proyecta en su cabeza al leer va a una frecuencia diferente al texto que pasa delante de sus ojos, un caso muy curioso). Weinman corrige libros de 350 páginas en menos de 4 horas y lee un mínimo de un libro al día. Esto es muy útil para su trabajo, ya que es crítica y columnista para el periódico estadounidense Los Angeles Times. Puede permitirse leer, entender y tomar notas de un libro en poco más de una hora: lo que demuestra que comprende y asimila realmente lo que lee.
En cuanto a nosotros, meros mortales con velocidades de lectura media, tal vez deberíamos plantearnos en serio que tenemos un cupo relativamente pequeño de libros. A lo mejor va siendo hora de ser más exigentes con las obras que escogemos, a lo mejor deberíamos prescindir de aquello que no nos aporta nada o que no disfrutamos como querríamos. Además, hay que tener en cuenta la famosa Revelación de Sturgeon: El 90% de todo es mierda. Aprovechemos con conciencia ese 10% restante.

lunes, agosto 27, 2012

SUCIEDAD (cuento de Etgar Keret)


SUCIEDAD (Relato)

Supongamos que yo ahora estoy muerto, o que abro una lavandería de autoservicio, la primera de Israel. Alquilo un pequeño local, algo abandonado, en la parte sur de la ciudad, y lo pinto todo de azul. Al principio hay sólo cuatro lavadoras y un aparato especial que vende fichas. Después meto también una tele y hasta una máquina tragaperras, un pinball. O que estoy tendido en el suelo de mi cuarto de baño con un balazo en la sien. Me encuentra mi padre. Al principio no se da cuenta de la sangre. Cree que estoy dormitando o que estoy tomándole el pelo con uno de mis estúpidos jueguecitos.


Es sólo cuando me toca la nuca y nota algo caliente y pegajoso que le escurre desde los dedos en dirección al brazo cuando se da cuenta de que algo no anda bien. Las personas que van a lavar a una lavandería autoservicio son personas solitarias. No hace falta ser un genio para darse cuenta de ello. Porque yo, que no soy un genio, me he dado cuenta. Por eso procuro que siempre haya en la lavandería un ambiente que suavice la sensación de soledad. He puesto muchas teles, unas máquinas que te dan las gracias con una voz muy humana cuando compras las fichas, y unas fotos de manifestaciones gigantes colgadas en las paredes. Las mesas para doblar la ropa están hechas de manera que obligan a que sean muchos los que las usen a la vez. Y no es por ahorrar, sino que tiene su propósito. Son muchas las parejas que se han conocido en mi negocio gracias a esas mesas. Personas que un día fueron solitarias y que hoy tienen a alguien, a veces incluso a más de una persona que se duerme a su lado por la noche y que los empuja en medio del sueño. Lo primero que hace mi padre es lavarse las manos. Sólo después llama a una ambulancia. Ese lavado de manos le va a costar caro. Hasta el día de su muerte no se va a perdonar a sí mismo el haberse lavado las manos. Hasta se avergonzará de contárselo a nadie. Cómo su hijo yace ahí agonizante a su lado y él, en lugar de sentir pena, compasión o miedo, algo, no consigue sentir nada más que asco. La lavandería esa se convertirá en una red de lavanderías. Una red que se hará fuerte sobre todo en Tel Aviv pero que también tendrá éxito en la periferia. La lógica tras ese éxito será muy sencilla: donde haya gente sola y ropa sucia, siempre acudirán a mí. Después de que mi madre muera, hasta mi padre vendrá a lavarse la ropa en una de esas filiales. Nunca conocerá ahí a una pareja ni hará un amigo, pero las expectativas de llegar a conseguirlo lo empujarán a acudir una y otra vez y a mantener un soplo de esperanza.

Etgar Keret (Relato extraído de Un hombre sin cabeza). Traducción del hebreo: Ana María Bejarano. Ediciones Siruela

Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) ha publicado libros de relatos, una novela y cómics, todos ellos con grandes ventas en Israel. Su obra ha sido traducida a treinta idiomas y ha merecido diversos premios literarios. Numerosos cortometrajes se han basado en sus relatos, e incluso uno de ellos ganó el American MTV Prize en 1998. Actualmente es profesor adjunto en el departamento de Cine y Televisión de la Universidad de Tel Aviv. Su película Medusas, realizada en colaboración con Shira Geffen, mereció los premios Cámara de oro, Mejor Película y Mejor Guión en la Semana de la Crítica, en el festival de Cannes de 2007. Ha sido condecorado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras 2010 por el Ministerio de Cultura de Francia.

jueves, agosto 02, 2012

Camarones Margarita

Para cuatro personas (generoso)

1/2 Kg Kg camarones
1/4 T tequila
2 cucharaditas de ralladura de naranja
1 cucharadita de ralladura de limón
1/2 cucharadita de sal

1/4 cebolla morada rebanada finamente y desflemada en agua fría
6 cuchradas de crema agria o yogurt natural
3 cucharadas de jugo de limón (sin semilla)
1 chile serrano desvenado y desflemado en cuadritos
1 cucharadita de tajín (o pimentón)
1 cucharadita de azúcar
1/4 cucharadita de sal

Media lechuga romanita
Dos endibias
Ambas en cuadritos.
Una naranja en gajos
Un aguacate hass firme en cuadritos

Los camarones se remojan en el tequila con las ralladuras y la sal.

Mientras se hace la salsa mezclando el yogurt o la crema con el limón, la cebolla y los chiles, azúcar y sal.

Se revuelve la salsa con las lechugas y se pone en platos dividiendo todo, se añade el aguacate y la naranja.

En un sartén muy caliente se pasan los camarones escurridos a que se pongan rosas y firmes. Se dividen.
La marinada se pasa por el sartén aún caliente y con ella se bañan los camarones.

¡¡Es todo!!